Resumen:
En los ámbitos del cambio estructural que se desarrolla en la sociedad globalizada y los Estados con soberanía compartida, los procesos económicos y sociales apuntan hacia el establecimiento de nuevas condiciones de vida que inciden en el papel y la responsabilidad que desempeñan las instituciones administrativas. La búsqueda de los derroteros que se enlazan con el desempeño institucional tiene ahora más fuerza y proyección que en décadas anteriores. Se han agotado en el tiempo y el contexto de la globalidad, los patrones de dirección e intervención que garantizaban al Estado un papel protagónico e indiscutible en la definición y el cumplimiento de las agendas de gobierno.
En consecuencia, predominaba la visión de cúpula a la hora de analizar la importancia y solución de los asuntos colectivos los cuales, por definición, corresponden a la comunidad civil y política para que sean atendidos y encauzados de manera institucional. Sin embargo, los ciudadanos y la sociedad tenían en esa situación, un perfil no sobresaliente en la construcción e implementación de las políticas de gobierno. Lo que destacaba en la cultura del estatismo avasallador, es cómo la autoridad tenía amplios márgenes de decisión para influir en el destino de los cursos de la acción gubernamental, lo cual implicaba frenar el dinamismo social en favor del poderío que representan los círculos burocráticos. El comportamiento de las instituciones administrativas tenía como axioma básico desenvolver movimientos en razón de los fines políticos del Estado, sin valorar de manera suficiente la trascendencia de los valores públicos que se originaban en la sociedad.
De este modo, la administración pública se constituye en el inicio y el final de la vida pública, dejando de lado las iniciativas y recursos de los agentes económicos y sociales que reclamaban en todo momento, espacios para concretar la actuación colectiva. Los tiempos de más Estado y menos sociedad, se han invertido de manera considerable, desde el momento en que las organizaciones no gubernamentales ganan un lugar en los procesos de la gestión pública, sin renunciar a los mismos, es decir, a los sitios que consiguen reivindicar a pesar de los comportamientos que se encaminan a resaltar los núcleos de la estatalidad improductiva.